2020 y coronavirus: cuando el planeta dijo basta

Imagino que recordaremos el año 2020 como un año ominoso. Comíamos las uvas mientras se propagaba un virus, al que más tarde llamaríamos COVID-19, por un mercado en la ciudad china de Wuhan y Australia estaba envuelta en el humo de unos incendios sin precedentes. Unos días más tarde nos llegaría Gloria, una borrasca que borraría muchos de los paseos marítimos de nuestra costa y el COVID-19 nos visitaría apenas unas semanas después.

Todo esto pasaba mientras vivíamos uno de los inviernos más cálidos en nuestra historia. Algo que celebrábamos, por cierto, y es que nos parecía estupendo tener 18°C en pleno mes de febrero en algunos lugares de nuestra geografía.

Qué poco nos imaginamos que todos estos factores no solo están interrelacionados, sino que parten de una misma causa: la manipulación, a escala colosal, de nuestro planeta. Tenemos una forma de mirar a la realidad limitada por el espacio y el tiempo en el que nos ha tocado vivir, por nuestras capacidades cognitivas, así como por nuestro tamaño (si fuéramos como una hormiga, o como un T. Rex, veríamos las cosas de una forma diferente). Tendemos a pensar que vivimos en equilibrio, que las cosas nunca cambian o que, si lo hacen, es muy lentamente. Quienes saben de historia suelen decir que ésta se repite y que vivimos de forma casi cíclica. Y que, aunque haya cambios, estos suelen ser predecibles en base al pasado.

Y es cierto que esto era así hasta hace muy poco. Pero ya no nos vale. Hemos entrado en un nuevo estado. Lo que hasta ahora era normal, ya no lo es. Hemos cambiado la estructura interna del planeta hasta tal punto que el pasado ya no nos sirve para entender el futuro.

¿Quién se iba a imaginar que ese maldito coronavirus se iba a convertir en una pandemia? Hasta ahora las pandemias habían sido producidas por gripe, no por coronavirus. ¿Quién se iba a imaginar que iba a arder el 21 % de los bosques en un continente en apenas tres meses? Hasta ahora, lo normal era que ardiera menos del 1 % anualmente. ¿Quién se iba a imaginar que tendríamos gotas frías en invierno? Lo habitual era que ocurrieran en otoño

Vivir entre hormigón y asfalto nos ha hecho olvidar lo que realmente somos: un simio que se originó de la Sabana africana. Vivimos dentro de un planeta y, aunque no lo entendamos, no somos sino una especie más de los varios millones que existen.

Adaptarnos al nuevo estado en el que vivimos es ahora más urgente que nunca,. Tenemos que desarrollar una sociedad basada en la ciencia y la razón: Escuchar qué nos dice el consenso científico. Era imposible predecir que este año, que precisamente ahora, iba a surgir este virus llamado COVID-19. Sin embargo, sí sabíamos que una pandemia de estas características era más que probable.

La última pandemia que azotó a nuestro país lo hizo en 1918. Sabemos que la próxima pandemia no tardará 100 años en llegar, sino mucho menos. Estas pandemias son una consecuencia de la destrucción masiva de la biodiversidad y de la caza ilegal.

Tenemos que desarrollar un sistema de alertas tempranas frente a estos eventos catastróficos. Es decir, desarrollar centros que estén atentos y vigilantes frente a las señales que nos indican que una catástrofe está al caer para dar con respuestas rápidas. Pero con esto no basta, ya que es sólo un parche. Lo más urgente, y principal, es replantearnos la relación que tenemos con nuestro medio. Debemos vivir como si hubiera un mañana. Porque lo va a ver, y nos va a llegar. Si no a nosotros, sí a nuestros hijos y a nuestros nietos. Y a sus nietos y a sus hijos.

Las modificaciones de la Tierra a escala colosal resultan en extinciones masivas. Y no existe ninguna evidencia científica que nos indique que la Tierra prefiere salvar a unas especias frente a otras. Tendemos a pensar que los científicos son alarmistas o catastrofistas, que las cosas no cambiarán mucho con el paso del tiempo y que seguiremos viviendo en nuestra feliz inopia de que los inviernos cálidos son maravillosos.

Cada vez habrá más pandemias, más sequía y menos agua, y llegará un punto en que la producción agraria peligrará. Todo ello mientras la población humana sigue aumentando. Las predicciones nos indican como se acrecentará la desigualdad, lo que probablemente desemboque en más guerras. Nuestras acciones en los próximos diez años determinarán que nuestros hijos y nietos pueda tener un vida agradable en este planeta, o una vida de mierda. Y es que está en juego todo: desde nuestro estilo de vida hasta nuestra supervivencia como especie.

¿Qué puede hacer usted? Exija a sus representantes políticos que abracen al consenso científico de forma decidida.

Este artículo fue publicado originalmente en Territoris. Lea el original.

Víctor Resco de Dios
Víctor Resco de Dios
Profesor de Ingeniería Forestal

Profesor de Ingeniería Forestal UdL.

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