Ya sabemos que la degradación forestal, particularmente en ambientes tropicales, facilita que los virus salten de su anfitrión habitual (murciélagos o cualquier otro animal) a los humanos. Ponerle remedio es muy difícil porque los habitantes de esas zonas dependen de los recursos forestales para comer.
¿Cómo reconciliar la conservación de la naturaleza con la actividad económica? Hoy hablaremos de un proyecto en particular: el que se está llevando en el campo de refugiados más grande del mundo, en Bazar de Cox.
Rohinyás y Bazar de Cox
Los rohinyás constituyen un grupo étnico musulmán que vivía principalmente en Birmania hasta que el ejército de ese país empezó en el año 2017 una operación que la ONU calificó de “limpieza étnica”. Los rohinyás tuvieron que escapar con lo puesto hasta la vecina Bangladés, que les permitió establecer un campo de refugiados en Bazar de Cox.
Bazar de Cox se ubica en frente de las playas kilométricas del sureste de Bangladés y, aunque se trata de un destino turístico para los bangladesíes, no se puede decir que los rohinyás estén viviendo precisamente en un paraíso.
Sus refugios son chozas de bambú, donde hasta 10 personas comparten techo. Se estima que casi un millón de personas están hacinadas en ese campo de refugiados, convirtiéndolo en el más grande del mundo.
Conflictos entre elefantes y conservación
El campo de refugiados se estableció tras la tala del bosque que antes dominaba el área. La degradación forestal continuó tras su establecimiento, ya que los rohinyás dependen de él para el suministro de leña. Es fácil imaginar la rapidez con la que se esquilma un bosque cuando casi un millón de personas acuden a él regularmente para aprovisionarse de madera.